miércoles, 23 de febrero de 2011

Paisaje con reptiles


Título: Paisaje con reptiles
Autor: Pilar Pedraza
Editorial: El Club Diógenes, 1996
Encuadernación: Rústica
ISBN: 8477021791
Páginas: 168



Descubrí a esta escritora por casualidad y sólo puedo decir que se ha convertido en una de mis autoras favoritas.
En esta ocasión y con un gusto escribiendo increíble, nos deja una historia que transcurre en un mundo diferente y mágico, en la que se nos muestra la crudeza de la naturaleza humana de una forma desgarradora.

En el libro, Alicia, una pintora, viaja con su marido Julius a una isla, cuya fauna marítima está formada básicamente por tortugas.
Él es ingeniero y trabaja en una plataforma estudiando una misteriosa mancha de petróleo que ya forma parte del paisaje y que cada vez le mantiene más absorbido.
Esta mancha, al igual que los habitantes del cayo, se va corrompiendo con el tiempo, se pudre, cambia, produciéndose un deslustre que también se aprecia en los personajes que desfilan a lo largo de la narración.

Alicia, en ese mundo alejado de la civilización, se aventura a descubrir los secretos que asolan la isla, la cruda historia que hay tras ella, dejándonos momentos realmente amargos que podemos imaginar como si tuviésemos delante la escena que narra.

Decir que ésta es una historia de brujas, pero no las típicas del gorrito de punta y la verruga enorme, éstas son brujas primitivas, diferentes, cuya magia está más cercana a la naturaleza y sus elementos que al misticismo.
Dentro de los curiosos habitantes del islote, están las Toussaint, de los personajes más destacables, ellas son las brujas de la isla, agrestes e inicuas, que si bien no tienen una participación grande en la trama, dejan su pequeña huella en el lector.

Como siempre, Pedraza describe con lenguaje impecable, lírico, consiguiendo un cuadro literario tan cruel como exquisito. Te mantiene en vilo hasta el final mientras deja ver y casi palpar el deterioro físico y ético de casi todo lo que rodea a la protagonista en ese ambiente opresor y ajado.

Otra buena novela de esta escritora a la que da auténtico gustazo leer.

lunes, 21 de febrero de 2011

Relato: Amanecer

Con este participé en un concurso hace un par de años, en Aullidos.
Es un tocho, lo sé  XD





            Ese día estaba nerviosa, por fin nos íbamos a conocer después de… ¿cuántos meses? Perdí la cuenta… Había conocido a Darío en un chat, una tarde aburrida de lluvia y nada que hacer en casa, alguna vez había entrado en alguno, pero por lo general me producían sopor. Sin embargo esa tarde, era domingo, llovía, no tenía planes… y me mataba el aburrimiento, así que encendí el ordenador y tras leer un par de correos, me puse a ello. Después de unos veinte minutos, él me abrió una ventana de conversación, el chico era aparentemente normal y me resultaba agradable hablar con él, era un completo desconocido pero tenía una amena conversación que me mantuvo absorta durante un par de horas, sin tener en cuenta que había perdido completamente la noción del tiempo. Como no era habitual para mí pasarme las horas muertas en páginas de ese tipo, le di mi correo electrónico, le encantó la idea de poder hablar en otra ocasión conmigo. También se le habían pasado volando esas dos horas, lo cual me agradaba bastante, no voy a mentir.
            Transcurrieron los meses y cada vez hablábamos más a menudo, a la vez que íbamos tomando confianza a la hora de conversar sobre cualquier cosa… coincidiendo en unas opiniones y discrepando en otras, en fin, lo normal. Mi compañera de piso, Aroa, me escuchaba hablar de Darío cada vez con más frecuencia, no le molestaba la idea, pero tampoco estaba del todo de acuerdo por aquello de que él era un desconocido al que había conocido en la red…bla, bla, bla… a ella nunca le habían atraído estas cosas y sin embargo participaba en un par de foros, lo que, según ella, era diferente. Por mucho que yo la dijese que no pasaba nada, Aroa seguía en sus trece y yo en los míos.
            Un día, pasado un tiempo después de habernos conocido, quizá semanas, me propuso mandarnos alguna foto para así saber con quién estábamos hablando realmente. Bueno, era un avance. Cuando recibí la suya creía haberme quedado sin respiración… era guapísimo, realmente atractivo, moreno, de facciones marcadas, piel pálida pero ligeramente dorada, barba de tres días… si seguía mirando la foto estaba segura de que me derretiría. Llamé a Aroa para que viniese a ver a mi “freakie” de Internet. Se quedó de piedra. De hecho me animó a quedar con él en cuanto me lo pidiese… Resulta que ya no le parecía tan extraño y ya no estaba tan en desacuerdo con que hablase con él, Miss Superficial al ataque… Entonces me pidió una foto mía, era lo justo, le mandé una que me había hecho Aroa la semana anterior. Ella insistía en que salía genial ahí, así que pulsé el botón “enviar”. Darío me dijo que le parecía preciosa, que le encantaban mi pelo y mis ojos… yo no le dije que me sonrojé en ese momento y tampoco que fui capaz de reprimir una sonrisa que me atravesó la cara (mucho menos que Aroa estaba repentinamente loca por él).
            Seguimos hablando durante mucho tiempo, cogiendo cada vez más confianza y abarcando cada vez más temas. Me resultaba una persona tan interesante, que me apenaba haberle conocido en un sitio como Internet en lugar de en un bar de copas o algo así, porque lo que era en el trabajo… estaba claro que no, además esos días estaba hasta arriba en la oficina y no tenía mucho tiempo de hacer vida social por allí.
            La primera vez que quedamos en vernos fue a mediados de verano, finales de julio creo recordar. Hacía bastante calor, por lo que nos citamos estando ya bien entrada la tarde. Era como un semi Dios musculoso, realmente sexy aunque bastante pálido. Me sonrió y sentí que las piernas se me doblaban como chicle. La tarde transcurrió mucho mejor de lo que pensaba con Darío, su conversación me embriagaba y no quería que llegase la hora de irme a casa. Quedamos en vernos después del verano, ya que yo me iba de vacaciones durante el mes siguiente y él tenía unos asuntos entre manos de los que no me quiso hablar demasiado… tampoco le di mucha importancia, sinceramente.
            Aunque mantuvimos el contacto durante el resto del verano tanto por correo electrónico como por teléfono, ambos teníamos muchas ganas de vernos. Pero nuestra siguiente cita no fue ya hasta finales de septiembre.
            Por entonces el tiempo había cambiado, refrescaba bastante estando ya bien entrada la tarde y más todavía siendo ya de noche, además empezaban las lluvias de otoño y perdíamos un poco de libertad a la hora de irnos a pasear, como hicimos el primer día. Me invitó a cenar, ya había ido alguna vez a un restaurante indio con Aroa y la comida me gustaba bastante, por lo que me encantó la elección… y más viniendo de él. Me encantaba hablar con Darío, sentir como me miraba y me sonreía, rozaba mi mano o me acariciaba discretamente el pelo. Con suma sinceridad, deseaba que esa noche acabase mejor que la primera vez que nos vimos bajo el calor soporífero del ya pasado verano.
            La cena transcurrió normal, bebíamos vino, hablábamos, reíamos… antes de los postres, fui un instante al servicio y al volver había servido otra copa de vino y también pidió mi postre. Me sonreía de una forma especial. Apuré mi copa y seguimos nuestra conversación, esta vez hablando de nada en particular, decía que le encantaba pasar el tiempo conmigo, que le parecía muy dulce… y mientras yo reía notaba un ligero dolor de cabeza que subía desde tras las orejas hacia las sienes. Traté de disimularlo limitándome prácticamente el resto del tiempo a asentir y sonreír, sonreír y asentir, pero el dolor cada vez era más punzante. Cuando terminamos de cenar, Darío pagó la cuenta y yo me dispuse a ir al servicio para refrescarme un poco, con el fin de que el dolor desapareciese, sin embargo sentí un fuerte pinchazo y un inmenso mareo. Me sujetó jocoso, gastándome bromas sobre mi poca tolerancia al alcohol, pero yo no había bebido tanto como para encontrarme tan sumamente mareada. De hecho creo que empezaba a ver doble… y ese dolor persistía resultando realmente incómodo.
            Respiré intensamente deseando que el mareo y el dolor persistieran. Nada. Ni un poquito. Después de lo que me pareció una eternidad llegamos al coche en el que Darío llegó al restaurante, un flamante Volvo negro, iba totalmente ligado a su estilo sexy e informal. ¿Por qué tenía que pasarme eso justo esa noche?
            Esperamos un rato apoyados en el coche mientras el aire refrescaba mi cara, él era realmente paciente, yo estaba enormemente mareada y me pareció que el contacto con el aire fresco hizo justo el efecto contrario que yo deseaba. Me dijo que no me preocupase, que él me llevaba a casa y yo, medio ida, acepté su ofrecimiento.
            Juro que ese dolor me hacía sentir que mi cráneo estaba siendo taladrado y, sinceramente, el mareo no ayudaba lo más mínimo a experimentar un atisbo de mejoría. Ya montados en el coche, tuve que bajar la ventanilla, pues parecía que el aire no llegaba a mis pulmones a pesar de tomarlo a bocanadas, y con él en marcha, todo iba a peor. Las luces se emborronaban juntándose mi mareo con la velocidad del vehículo, los sonidos de la noche se mezclaban con la ligera música que Darío puso, un poco de rock suave quizás, o no, quizás no… la verdad es que no lo recuerdo, podrían haberme dado un bocinazo pegándose a mi oído que no habría notado la diferencia. Empezaba a sentir náuseas y la frente se me empapaba de sudor frío. Estupendo, algo de mejoría. Con un poco de suerte empezaría a tornarme verde o amarillenta.
            Darío me miraba de reojo, preguntándome de vez en cuando si me encontraba mejor, sin embargo su voz me sonaba robótica a cada pregunta, ¿o era el mareo? No, era él. Seguramente preguntaba por compromiso mientras deseaba dejarme en casa… ahora que caía en la cuenta de que… ¿Darío sabía dónde vivía? Yo diría que no… No, claro que no lo sabía, era imposible, pero él me había dicho que me llevaba a casa… Tanto dar vueltas a la cabeza me confundía todavía más y el dolor aún era algo más intenso. Creo que quedé inconsciente durante un corto periodo de tiempo, aunque podría haber estado durante horas y no lo habría notado. Abrí los ojos y los párpados me pesaban una bestialidad, los sonidos parecían distorsionarse a mi alrededor y las cosas estaban ligeramente borrosas.
            Llegamos a lo que supuse sería su casa. Vivía en las afueras, en un discreto adosado con un pequeño jardín y garaje propio. Muy mono, tampoco reparé mucho ya que me llevaba prácticamente arrastras tirando de mí con fuerza, pues en esos momentos era como un peso muerto al que sus extremidades no le respondían. En esos momentos estaba más que aturdida, sentía miedo, Darío ya no me hablaba, ni me sonreía, ni era dulce conmigo. Iban a salirme moretones de lo fuerte que me agarraba el brazo para que no me cayese al suelo, cada vez que levantaba la vista para verle, la visión se me nublaba, veía doble, los pinchazos eran horribles e incluso babeaba. Me acordé de Aroa, qué pensaría ella de todo esto… qué pensaría de mí, de él… probablemente diría que me habían drogado… probablemente tendría razón…
            Tras una eternidad y con todo mi cuerpo dolorido después de arrastrarme prácticamente por todo el jardín hasta llegar a la entrada de la casa, me dejó en el suelo para abrir la puerta. No me podía mover, era como tener todo el cuerpo dormido, pero sin ese hormigueo característico por ninguna parte, en ese momento volvieron las náuseas y, sin darme tiempo ni a pensarlo, vomité. Era asqueroso. Él me miraba de reojo sacudiendo la cabeza y  gruñía algo inteligible. Entonces la puerta se abrió, recuerdo la estancia poco iluminada, olía a humedad, como una casa que lleva meses cerrada. Me dejó tirada en medio de lo que imaginé que era el salón y se marchó de ahí un momento… qué buen anfitrión.
            Desapareció, pero no supe en qué dirección, podía mover ligeramente los brazos pero éstos no sostenían mi peso como para intentar levantarme un palmo del suelo mugriento. Una cucaracha pasó pegada a mi brazo, me moría del asco y no podía hacer un simple aspaviento para que se largara, soplé con el mismo fin, sollozando entre el asco, el dolor y el pánico… no quería gritar. Pero de repente oí un alarido, un grito desgarrador, venía del piso de arriba. No, de abajo. Otro. Éste era aun más fuerte y sí que venía de arriba, cada vez estaba más aterrorizada, pero por lo menos el mareo se había disipado un poco. Aun así seguía sin fuerzas para mantenerme de pie y aquello estaba tan oscuro que no podía ver nada con claridad, mas que muebles viejos, cortinas rasgadas, lámparas rotas… la iluminación de la estancia constaba de velas y mi mareo no ayudaba demasiado a distinguir entre las sombras, que parecían moverse y yo no sabía si realmente era así o no. Además seguía faltándome el aire y ese olor tan intenso a humedad y cerrado ayudaba más bien poco. Con ayuda de la poca fuerza que tenía en los brazos, me arrastré hacia la puerta, sentía las cucarachas rozando mis manos y suponía que también mis piernas, las lágrimas resbalaban por mi rostro… olía toda a vómito. Como pude, agarrándome a un pequeño mueble al lado de la entrada, conseguí levantar un poco mi cuerpo y comprobar si la puerta estaba abierta. Los gritos desoladores que se seguían oyendo por toda la casa ayudaban bastante poco a concentrarme en si venía o no alguien a buscar mi cuerpo. Me seguía doliendo terriblemente la cabeza, con esos pinchazos...
            Sentí un chasquido tras de mí, en ese momento la histeria llenó mi cuerpo y dejé escapar un sollozo de angustia que se perdió entre los horribles y constantes gritos. Alguien me agarró del pelo haciendo que mi cuerpo se doblase hacia atrás violentamente, noté un inmenso dolor en la espalda y aumentar más el de la cabeza a causa del tirón. Quedé tendida en el suelo y giré la cabeza con cautela para ver quién estaba detrás de mí. Darío, mi dulce Darío y mas allá, justo al pie de unas escaleras que guiaban hacia arriba, una mujer observando la escena con una gran sonrisa maliciosa en la cara. Mi dulce Darío me agarró de los pelos y arrastró mi cuerpo hacia aquella mujer mientras yo continuaba llorando presa del pánico, notaba que el suelo raspaba mis piernas y mis brazos, causando leves heridas de las que poco a poco brotaba sangre. Los ojos de Darío centellearon al verla y me agarró con más fuerza hasta levantarme prácticamente del suelo. El cuero cabelludo me abrasaba. Me miró como el vagabundo que lleva semanas sin comer y ve un plato de comida suculenta a dos metros de él. Sentí pánico y entonces lamió una de mis heridas, llevándose la sangre con él. Le miraba con estupefacción, creo que en esa milésima de segundo dejé incluso de llorar sorprendida por aquello, pero sin saber qué pensar y tratando de entender cómo había llegado hasta allí… entonces volvió a lamerme la sangre, esta vez succionando un poco, haciéndome daño en la herida del brazo y mientras el dolor se extendía por todo él. Siguió andando con mi cabello entre sus manos hasta que llegamos a ella.
            La mujer era realmente hermosa, también de piel pálida, con una larga y ondulada cabellera morena que caía mucho más debajo de los hombros… Darío la llamó, su nombre era Minerva y la dijo algo que no entendí al mismo tiempo que ella me miraba con interés, una mirada entre lujuria y gula que a mí me produjo ligero asco e inmenso pavor… La mujer habló, pero no entendí nada, emitía sonidos guturales de su garganta mientras me miraba de la misma forma que Darío. Clavó sus uñas en mi herida, desgarrándome la carne y llevándose ese manjar a la boca a la vez que babeaba de placer. Otro grito desgarrado me hizo temblar y salir del shock. Entonces mi dulce Darío me soltó de golpe contra el suelo y volví a quedar inconsciente.
            Desperté unos minutos después mientras me arrastraban escaleras arriba, mi cabeza rebotaba golpeando los escalones de piedra y haciendo que sangrase, primero discretamente, para después salir a borbotones de mi piel ya amoratada. El aroma que rezumaba de mi herida debió llamarles la atención porque se volvieron rápidamente a mirarme y Darío frenó en seco, Minerva pasó un dedo por la herida y después lamió la sangre de éste con gusto. Repitió la acción pasándole esta vez a Darío sus dedos untados en mi sangre por su boca, los dos se relamían con placer, me miraban y gruñían. Procedieron a seguir subiendo mi cuerpo arrastras por las duras escaleras llenas de polvo y lo que parecía sangre reseca, una vez llegamos al piso de arriba me llevaron arrastras por un largo pasillo, se veían marcas de sangre, trozos de carne pudriéndose pegados a la pared y cubiertos de moscas. Estaba tan drogada que no tenía fuerzas ni si quiera para intentar aferrarme a nada, sólo me dejaba arrastrar por el largo pasillo por mi dulce Darío que, a medida que me iba desangrando, notaba se iba poniendo algo mas inquieto y avanzaba más deprisa siendo guiado por la bella Minerva. En mi cabeza seguían pasando imágenes de la noche en el restaurante, de la primera cita con Darío, la primera conversación, su voz dulce cuando me hablaba y jugaba con mi pelo tímidamente… pensaba también en Aroa, no sabía dónde estaba ni qué estaba pasando esa noche, me había deseado lo mejor en esta cita y de momento estaba siendo arrastrada sin piedad y ensangrentada por un pasillo que a mí me pareció infinito. Volví a llorar. Estaba muerta de miedo.
            Veía las puertas de las habitaciones entreabiertas, en los suelos yacían cuerpos desnudos sin vida, algunos incluso a medio desmembrar… lloré con más fuerza y temblaba de miedo mientras reprimía mis náuseas al ver ese horrible espectáculo. Los tacones de Minerva resonaban por el pasillo sin que los gritos taparan el repiqueteo de éstos. Entonces paramos delante de una habitación en la que una chica rubia gritaba, tenía la mitad del pelo arrancado, la sangraba la nariz y la boca y llevaba la ropa hecha jirones. Nuestras miradas se cruzaron, yo tendida en el suelo y ella… una mujer la decapitó desde detrás, el cuerpo de la muchacha calló inerte al suelo mientras se desangraba y la mujer, que con esos ojos centelleantes la miraba excitada, rugió y se arrodilló para lamer la sangre. En ese momento me desmayé.
            Aun era de noche. Desperté limpia dentro de una cama con mullidos almohadones, ya no oía gritos en el pasillo, seguía algo mareada y me movía con muchísima dificultad, pero al menos el dolor de cabeza había cesado. Ya no sangraba ni tampoco olía a vómito. Pero estaba desnuda bajo las sábanas, notaba todo mi cuerpo tremendamente dolorido y cuando observé mis brazos y piernas ví que estaban llenos de arañazos y… ¿y esto? Me costó sentarme en la cama entre los cojines, pero con gran esfuerzo logré hacerlo, me miré los brazos llenos de extrañas heridas medio infectadas pero recientes… me volvió a inundar el pánico, empecé a respirar entrecortada, jadeante, noté que me faltaba el aire. Estaba llena de mordiscos por todas partes, no sólo los brazos, también las piernas, el estómago, el pecho… Quería salir de ahí, pero no sabía cómo, comencé a pensar la manera de…
            Oí el repiqueteo otra vez a lo lejos viniendo por el pasillo, tac, tac, tac… deseaba que no cesasen al llegar a la puerta de mi improvisada habitación. Mi cuerpo temblaba, lloraba desconsolada sollozando como una niña a medida que notaba ese sonido de tacones cada vez más cerca y en un gran estruendo, la puerta se abrió.
            Darío, con su sonrisa dulce y hambrienta. Vino hacia mí amenazante mientras yo suplicaba e imploraba aterrorizada, él hizo oídos sordos (aunque no se realmente si los gritos y ruegos le producían cierto placer, por su cara apostaría a que sí… mi dulce Darío… psicópata y dulce Darío…). Me levantó de los pelos y sentí otra vez mi cuero cabelludo abrasando, me agarró tan cerca de la frente que se me abrió una pequeña herida. Darío la lamió, asqueándome y haciéndome daño y me arrastró hacia la puerta. Desnuda e indefensa. Mi cuerpo marcado se topó con Minerva, que me miró con deseo a la vez que yo sentía deseo de taparme, pero ¿para qué?. Cogió mi brazo suavemente y lo levanto hacia su cara, acariciando mi piel con delicadeza, tomó mi muñeca y se la acercó a su nariz, respirando mi aroma con los ojos cerrados. Lamió mi muñeca y acto seguido, le dijo algo a Darío, que nuevamente, no entendí esos sonidos guturales emergentes de sus gargantas.
            Me llevaron en volantas por el largo pasillo salpicado de sangre y muerte hasta que llegamos a una pequeña cámara situada al final. Minerva cerró la puerta de la estancia y comenzó a encender velas mientras Darío me colocaba en una especie de mesa que había en el centro, atándome suavemente de pies y manos, sonreía mostrando sus afilados colmillos de vampiro. Ella canturreaba algo mientras él me miraba y se relamía según iba rozando mis heridas con sus dedos… mordiscos que supongo, disfrutaron mientras yo yacía desmayada. Miré hacia la única y vieja ventana que había en la habitación, estaba cerrada pero por los resquicios veía la claridad que daba fin a la noche, una larga noche para mí, que por fin estaba a punto de acabar.
            Se colocaron uno a cada lado, observándome llorar y temblar de miedo, mirando y acariciando mi cuerpo desnudo a medida que con la mirada recorrían una a una mis heridas. Minerva rasgó mi piel con sus uñas, enrojeciéndola. Grité y Darío me dio una bofetada, llevándose después el dedo a los labios mandándome callar. Entonces se acercó a mí y me mostró sus colmillos, tan terroríficamente blancos como los de Minerva, hundiéndolos en mi cuello haciéndome sentir un intenso dolor. Ella lamía mis heridas de nuevo sangrantes y mordía formando otras nuevas, haciendo caso omiso a mis alaridos y jadeos histéricos. La cabeza me daba vueltas, me mareaba, notaba el dolor del veneno de sus bocas extendiéndose por mi cuerpo a través de mi sangre.
            Creía desmayarme de nuevo, cuando entre la neblina, ví los primeros rayos de sol del nuevo día. Sentía mi piel desgarrada, me dolía incluso el alma, pues estaba ya completamente a su merced… Y es que ese amanecer, fue el fin de mi existencia.

viernes, 18 de febrero de 2011

El maravilloso mago de Oz

Título: El maravilloso mago de Oz
Autor: L.Frank Baum
Título original: The wizard of Oz
Editorial: Alianza Editorial, 2010
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788420664415
Páginas: 224


Por todos es conocida la excelente versión cinematográfica protagonizada por Judy Garland en la década de los setenta, pues ha marcado la infancia de más de uno.
Pero vamos a hablar del libro, una obra fantástica que recoge todos los tópicos de los cuentos infantiles.

Imagina que eres una niñita llamada Dorothy, con tu perrito Totó pegado de continuo a ti. Vives en la granja de tus tíos felizmente… hasta que un día es devastada por un tornado que te lleva, casa incluida, a la Tierra de Oz.
Allí conoces a unos pequeños seres vestidos de colorines, los munchkins, que te cantan e idolatran porque con tu casa has matado a una malvada bruja que no les dejaba vivir en paz. Pero tú lo que quieres es llegar a tu hogar con tus tíos, pues en casa se está mejor que en ningún sitio…
Entonces has de seguir un camino de baldosas amarillas, el cual te llevará al poderoso Mago de Oz, no sin antes superar los obstáculos del trayecto.
En este recorrido gualdo encuentras personajes tan peculiares como un espantapájaros que quiere un cerebro, un hombre de hojalata que ansía un corazón o un león cobarde que necesita valor.

Estamos ante un relato sencillo, una de las obras literarias infantiles más clásica y, a su vez, uno de los libros que más veces se ha publicado en Estados Unidos y Europa, siendo desde 1900 una de las historias más conocidas en la cultura popular norteamericana.

Dorothy, con el perrillo, es un símbolo de la infancia americana de principios de siglo, que se supone Baum quiso plasmar en el libro.
La historia puede tomarse como una metáfora sobre la búsqueda de la felicidad y los valores que uno ha de inculcarse, valores que nos enseña cada uno de los personajes que acompañan a la niña en su travesía.
El Mago, que no resulta otra cosa que un patético engaño, les muestra irónicamente los méritos tan ansiados, que ya poseen sin darse cuenta y han desarrollado por ayudar a la niña.
Quizás una moraleja.

Por cierto que existen, dificilísimos de encontrar, otros trece libros sobre la tierra de Oz, escritos por su autor tras el éxito de este cuento de hadas que nunca pasa de moda entre niños y adultos.

sábado, 12 de febrero de 2011

Capitán de las sardinas

Título: Capitán de las sardinas
Autor: Manuel Manzano
Editorial: El Andén, 2007
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788493575847
Páginas: 240


Manuel Manzano es el creador del primer asesino en serie ciego de la historia del género: Gabriel Saviela.
Gabriel es un hombre que ha pasado la vida humillado por su madre, hasta que un día se cansa, la asesina y se deshace del cadáver gracias a su chihuahua, que se va alimentando poco a poco del fiambre.

Así comienza esta parodia policíaca, dando paso a una espiral de asesinatos y absurdeces a partes iguales.

Gabriel comparte plantilla con Manuel, un periodista malogrado que trabaja en un periódico redactando crucigramas, sobre el que recaen las acusaciones de los crímenes ejecutados a lo largo del libro y al que, por si fuera poco, acaba de abandonar su novia.
Boris, inepto policía corrupto, y Nicodemo, su ayudante incompetente, son los agentes encargados de resolver el caso que está conmocionando toda Barcelona y poner freno a la ola de crímenes.

Esta caricatura de novela negra vendió en su día una barbaridad de ejemplares en muy poco tiempo, cosa que a muchos nos sorprende.
La historia es entretenida, la trama está bien llevada, tiene un buen giro final, se maneja bien el humor negro y en más de una ocasión pareces estar en un sketch de Cruz y Raya… pero sin embargo la mayoría de las situaciones son demasiado fáciles, típicas y tópicas, lo que hace que la obra pierda mucho.

Pese a ser ameno, se podría haber sacado mucho más partido a la historia y hacer un libro serio –aunque de humor-, pero se queda sólo en un “pudo serlo”.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Ritos iguales

Título: Ritos iguales
Autor: Terry Pratchett
Título original: Equal Rites
Editorial: Debolsillo, 2003
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788497930208
Páginas: 272


Mundodisco 3.
Serie de las Brujas 1.

Nuestra historia comienza con un mago anónimo llegando a Culo de Mal Asiento (un pueblecillo del Disco). Este personaje le cede su cayado y su poder al hijo que Herrero está a punto de tener, siendo padre ya por octava vez.
Esk es el octavo hijo de un octavo hijo, y como consecuencia, su futuro como mago está ya marcado. Sólo hay un problema, y es que no cumple uno de los requisitos más básicos para poder dedicarse a la magia. Es una niña. Y esto pone en jaque el equilibrio del Mundodisco.
Yaya Ceravieja, una bruja que habita en las Montañas del Carnero, decide entrenar como aprendiza a Eskarina, Esk, para educarla en las artes mágicas y en la importante ciencia de la Cabezología.
Por otro lado, en la Universidad Invisible se acaba de matricular una especie de niño prodigio, pero los miembros de la facultad no saben qué hacer con él. Sin embargo, dará bastante que hablar más adelante.

El resultado de todo esto, es que el Disco vuelve a estar a nada de ser destruido por las temibles criaturas que moran en las Dimensiones Mazmorra.

Interesante y ameno comienzo de la saga de las Brujas, donde se homenajea a escritores como Lovecraft, y en el cual la traducción literal del título (igualdad de derechos) ya hace referencia a la temática que se va a seguir en el libro, siendo al final una divertida crítica hacia el machismo y la lucha por la igualdad de sexos en la sociedad.
También se satirizan los tópicos relacionados con las costumbres o paisajes campestres, ya que parte de la historia transcurre en una pequeña aldea, lo cual da mucho juego para ello.

Su contenido es quizá más fantástico que los dos anteriores, contiene sutiles pinceladas de humor e ingeniosas salidas, mayormente de mano de Yaya, un buenísimo y entrañable personaje que, para deleite del lector, repetirá sus apariciones a lo largo de esta saga.

Una novela simpática y de trama fluida que se lee en un par de tardes.

viernes, 4 de febrero de 2011

Mundo azul

Título: Mundo azul
Autor: Jack Vance
Título original: The blue World
Editorial: Plaza & Janés, 2000
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 8401014042
Páginas: 296




Si bien no es de lo mejor de Jack Vance, esta es una novela más que aceptable.

Tenemos un planeta que no es nada más que océano por todas partes, con gigantescos nenúfares habitados por humanos, donde moran en viviendas y cuyo espacio comparten con grandes torres de señales. Torres que son la única tecnología existente, puesto que la de sus antepasados desapareció muchos años atrás, y donde no se emplea la electricidad.

Han convivido durante doce generaciones en un ambiente de paz y tolerancia, existiendo diferentes castas, nombradas según antiguas ocupaciones nada éticas –tales como Estafadores, Villanos Desfalcadores, Contrabandistas, etc.-, pero que no guardan aquí ninguna relación con el significado de dichos nombres.

Como es importante aquí el culto zoológico que se le da a uno de los protagonistas del libro, destaca en la historia la presencia de los kragen: bestias marinas que emergen de las aguas para comerse las cosechas del poblado. Antiguamente, decidieron domesticar a uno de ellos, con el fin de que la alimaña les mantuviese protegidos del resto. Sin embargo salió mal, pues estos hombres sedientos de poder acabaron venerando al que se conoce como Rey Kragen.

Vance nos deja al prototipo de héroe, Sklar Hast, el revolucionario que se niega a seguir alimentando al gigantesco kragen y que moverá multitudes que le seguirán hacia otros flotadores salvajes para colonizarlos y vivir libremente, sin miedo.

Aunque con algún que otro trapicheo político de por medio, la trama en general es un tanto floja y quizás peque de optimismo; hay algún que otro altibajo literario, dejando de ser el argumento tan plano y teniendo aparentemente algo más de jugo. Pero sólo se queda en eso, en apariencia, lo cual nos deja a medias.
Por otro lado, la lectura es amena y fácil de entender, se dan brillantes y variados diálogos y descripciones ricas de los flotadores colonizados o de las fieras marinas, por lo que el lector puede imaginarlos como si tuviese una imagen delante.

Una epopeya cargada de aventuras y mundos exóticos, donde se trata tanto la existencia y necesidad de las tradiciones, como la libertad y su precio. Básicamente, Jack Vance.



martes, 1 de febrero de 2011

Amanecer



Título: Amanecer
Autor: Stephenie Meyer
Título original: Breaking Down
Editorial: Alfaguara, 2008
Encuadernación: Rústica
ISBN: 9788420473062
Páginas: 744







Tras no demasiada espera, Meyer nos trae la cuarta y última novela de la saga Crepúsculo dejándonos un cierre un tanto descafeinado para la historia de amor más famosa de los últimos años.

Escrito de manera diferente a los tres libros anteriores, Amanecer viene en forma de diarios (por decirlo de algún modo), cada uno de ellos protagonizado por los tres personajes principales. Quizá por ello no nos produzca las mismas sensaciones al leerlo, pero resulta gratificante que podamos meternos en la mente de otros que no sean Bella por unos momentos y saber qué piensan y por qué actúan de determinada forma.
Se puede decir que cada uno de ellos ha evolucionado, cambiando la historia de manera un poco brusca y llevándonos a situaciones un poco más adultas de lo que Meyer nos tenía acostumbrados hasta ahora. Lo cual también es de agradecer, aunque de vez en cuando tiene un cierto tufillo a culebrón que se hace denso, pues no a todos nos gusta, faltando relleno más contundente y sobrando paja.

De lectura bastante ágil, como los demás, y sin embargo expresiones algo más infantiles, las cuales a veces te hacen dudar y pensar en si la traducción es un tanto deslucida o bien la autora quería terminar el libro deprisa y corriendo.

La mayoría de seguidores esperábamos el desenlace con la lucha final, la gran batalla contra los Vulturis y a medida que se acerca el momento, la autora nos regala curiosos personajes, todos ellos vampiros de diferentes partes del mundo, que aportan un soplo de aire fresco a la novela.
Pues bien, aquí es donde se desinfla, no hay tal conflicto. Te encuentras leyendo expectante, los buenos a un lado y los malos a otro, preparados para el ataque y la sangría… y el problema máximo al que se llega se resuelve en dos páginas, sin generar un clímax final y dejándote a medias e incluso sintiendo algún pinchazo de decepción.

Eso sí, el happy end no falta.